martes, 8 de marzo de 2011

Detesto los argumentos en contra del calentamiento global.


Odio cuando el sentido común es tan condenatoriamente opacado por la política que algo que es tan simple se ha transformado en una bulliciosa guerra a favor o en contra.

Después de leer un artículo en Rolling Stone (Who’s to blame) y de haber escuchado en un podcast de This American Life a una niña de 14 años quejándose sobre la existencia del calentamiento global, me siento francamente consternada. ¿Por qué se ha convertido esto en un debate político? Porque esto es lo que mueve al planeta.

¿Sería prudente pararse detrás de un auto encendido y respirar satisfecho a través del escape? ¿No? Bueno, entonces ya es hora de cambiar esos automóviles para no tener que respirar de sus escapes a diario. Los combustibles fósiles son limitados; entonces dirijamos el volante a las fuentes renovables de energía, aquellos que no van de golpe a extinguirse y a dejarnos como un montón de drogadictos rebuscando con furia nuestra última dosis.

Y allí es donde todo se va por el camino equivocado –si tenemos que cambiar la industria, las dependencias sociales y el trabajo–¿Qué mejor manera de hacerlo sino con política? Qué mejor manera de hacerlo sino a través de un argumento dividido sobre si es o no es real, sin importar si las soluciones son necesarias o si son manejadas por la maquinaria política, si la derecha o si la izquierda, si los culpables y los inocentes. Excelente. Así que en lugar de tan solo mirarnos, como seres humanos, y decir “el smog sobre Los Angeles y el petróleo en el golfo, algo no está funcionando bien”, mejor lo transformamos en un debate sobre la existencia y los trabajos y la necesidad.

Muy bien, planeta Tierra. Muy bien.