martes, 12 de abril de 2011

Detesto los videos virales



Esta obsesión de transformar un video de Youtube en una sensación mundial es, en definitiva, la glorificación de la estupidez humana. Hemos transformado lo banal y lo insignificante en un objeto de culto a tal punto que es una regla proporcional: entre más estúpido y absurdo más exitoso es. Hasta el punto donde cabe preguntarse por qué algunos de estos se convierten en éxitos mundiales.

Entiendo, por ejemplo, el humor detrás del mono en el árbol (1 Millones), inclusive la brevedad dramática (5 segundos) de esta ardilla de pradera (7 Millones) y quizás pueda entender la obsesión de alguna gente por los gatos (37 millones), o por sus hijos adorablemente comunes y corrientes (17 m). Después es fácil darse cuenta de lo poco que nos toma ser crueles, burlarnos de la incomodidad de la pubertad de un niño  que imaginó públicamente ser la estrella de su película favorita (21 m), o burlarnos de un joven que canta su propia canción (67 m), sin saber bien por qué nos reímos. Sin embargo, lo peor de todo, es que de repente tenemos cientos de videos de gente que está dispuesta a humillarse solo para destacarse un momento, un par de semanas, del terrible anonimato de una civilización de millones y millones de seres indestacables. De repente aparecen éxitos que son hechos claramente con la intención de ser estúpidos, como la canción de Rebecca Black (84 m) y la reacción en cadena que produjo. Y los vemos, una y otra vez, solo para poder repetirnos “qué estúpido, qué estupidez”. Y es terrible que eso nos dé satisfacción.

Las historias de los hombres y mujeres que trascienden de sus vidas comunes a los 15 minutos de fama se vuelven repetitivas y vacías. ¿Por qué nos sorprende la voz magistral en el video de Susan Boyle (63 m)? Porque nos parece inconcebible que una mujer vieja y de apariencia patética nos vislumbre, y la idealizamos por eso, porque nos es inconcebible que una mujer tan fea y pobre no fracase. Y es claro que a partir de eso otros se aprovechan de ese éxito y de repente en todos los “realities” aparecen estas figuras clandestinas que nos dejan con la boca abierta. Nosotros nos tragamos con cuchara grande la idea de que esta gente es real, es común y salió de nuestros vecindarios porque así, durante 30 segundos, nuestra vida nos parece un poco menos patética.


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