viernes, 11 de febrero de 2011

Detesto las barras de jabón usadas.


Detesto las barras de jabón en baños, especialmente en el baño de la casa de un amigo o conocido, durante una de esas fiestas incómodas en las que no estoy segura de que realmente quiera estar ahí. 

Ahí está, mugriento, esperando a resbalarse entre los dedos. Está usado—parece como si lo hubieran fregado antes, quizá esa misma noche, quizá hace algunas semanas, durante la visita de la madre de alguien, una de las únicas personas en haber entrado al baño y haberse lavado las manos después de orinar. Tiene esa apariencia: como si fuera a causar más daño que beneficio, como si me fuera a ensuciar en lugar de limpiarme.

Detesto especialmente levantar el jabón, pensando en que esa es la mejor opción, y encontrar un pelo—no importa qué clase—envuelto alrededor de mis dedos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario