Esta obsesión de transformar un video de Youtube en una sensación mundial es, en definitiva, la glorificación de la estupidez humana. Hemos transformado lo banal y lo insignificante en un objeto de culto a tal punto que es una regla proporcional: entre más estúpido y absurdo más exitoso es. Hasta el punto donde cabe preguntarse por qué algunos de estos se convierten en éxitos mundiales.

Las historias de los hombres y mujeres que trascienden de sus vidas comunes a los 15 minutos de fama se vuelven repetitivas y vacías. ¿Por qué nos sorprende la voz magistral en el video de Susan Boyle (63 m)? Porque nos parece inconcebible que una mujer vieja y de apariencia patética nos vislumbre, y la idealizamos por eso, porque nos es inconcebible que una mujer tan fea y pobre no fracase. Y es claro que a partir de eso otros se aprovechan de ese éxito y de repente en todos los “realities” aparecen estas figuras clandestinas que nos dejan con la boca abierta. Nosotros nos tragamos con cuchara grande la idea de que esta gente es real, es común y salió de nuestros vecindarios porque así, durante 30 segundos, nuestra vida nos parece un poco menos patética.